Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!

sábado, 15 de agosto de 2015

LA ASUNCIÓN DE NUESTRA MADRE A LOS CIELOS

“¡Oh Madre de Dios y Madre de los Hombres! Te suplicamos que purifiques nuestros sentidos para que aprendamos desde aquí abajo a gustar a Dios, a Dios solo, en el encanto de las criaturas”

La Virgen, que hoy contemplamos subiendo a la gloria del cielo en cuerpo y alma, nos recuerda con una fuerza especial que nuestra morada permanente no es la tierra sino el cielo, adonde, junto con su divino Hijo, nos ha precedido en la integridad de su persona.

Este el pensamiento dominante de la liturgia de hoy: “¡Oh Dios Omnipotente, dice el Oremus del día, que habéis elevado en cuerpo y alma a la gloria celeste a la Inmaculada Virgen María, Madre de vuestro Hijo! Haced, os suplicamos, que, atentos siempre a los bienes celestiales, merezcamos ser asociados a su gloria”. Sí, la fiesta de la Asunción es para nosotros una invitación apremiante a vivir “atentos siempre a los bienes celestiales”, no dejándonos arrastrar por las vicisitudes y halagos de la vida terrena. No sólo nuestra alma está creada para el cielo, sino también el cuerpo, el cual, después de la resurrección de la carne, será acogido en los alcázares del cielo y admitido a participar de la gloria del espíritu. Esta glorificación completa de nuestra humanidad, que no sólo para nosotros, sino también para los santos canonizados tendrá lugar al fin de los tiempos, la contemplamos hoy plenamente realizada en María, nuestra Madre. Este privilegio le convenía muy bien a Ella, toda Santa, cuyo cuerpo nunca estuvo oscurecido por la sombra del mal, sino que fue siempre Templo del Espíritu Santo, y cuyo seno virginal fue Tabernáculo Inmaculado del Hijo de Dios. Y este privilegio nos incita a nosotros a elevar toda nuestra vida, no solamente la del espíritu, sino también la de los sentidos, a la altura de la vida celestial que nos espera.

“¡Oh Madre de Dios y Madre de los Hombres! –exclama el Venerable Pío XII en su bellísima plegaria a la Asunción-: Te suplicamos que purifiques nuestros sentidos para que aprendamos desde aquí abajo a gustar a Dios, a Dios solo, en el encanto de las criaturas”.



Cuán privilegiada eres, y cuán digna, Virgen María, pues, sin menoscabo de tu integridad te ves Madre del Salvador. Virgen Madre de Dios, el que no cabe en el orbe entero, hecho hombre, se ha encerrado en tu seno



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